jueves, 2 de octubre de 2008

La Leyenda Negra Marxista!


Con respecto a un artículo publicado por el sitio http://www.diariopanorama.com/ cuyo titulo dice ;"Caza de brujas, Inquisición y Santo Oficio en Santiago del Estero" (comenzó el ataque al Descubrimiento de América), respondemos a tal patraña orquestada por Inglaterra a traves de sus cipayos vernáculos.

Éste artículo fue tomado de: http://www.elbuencombatesanjuan.blogspot.com/

Constitución del tribunal de la inquisición.Quienes estudiaron el problema del origen de la Inquisición llamaron la atención sobre el profundo acuerdo entre el sacerdocio y la monarquía dentro del reino de Francia. En verdad eran dos aspectos complementarios de la organización social. No se concebía el reino sin la unidad de la fe. Los reyes Capetos no pudieron pensar en los pueblos sometidos a su gobierno sin pensar que eran ante todo, y por encima de todo, católicos. Atentar contra los principios dogmáticos del cristianismo era poner en litigio la unidad del reino. Esta situación explica la constitución contra la herejía promulgada por Gregorio IX en 1213 desde la sede pontificia: “Nos fulminamos la excomunión y el anatema contra los herejes cátaros, patarinos y pobres de Lyon... Aquellos que han sido hallados culpables por la Iglesia deben ser abandonados al juicio secular que les inflingirá la pena merecida. Los clérigos herejes deben ser previamente degradados... y si no quieren volver a la buena fe después de cumplir una pena conveniente, deberán ser encarcelados de por vida”.No interesa detallar en esta oportunidad las diferentes versiones sobre el sentido de la frase: pena merecida (animadversio debita), pues en su acepción más general quedaba librada a los criterios penales de los diferentes países a quienes se dirigía la constitución.Los papas habían puesto la lucha contra la herejía cátara en manos de los monjes cistercienses. El carácter contemplativo de la orden no la hacía totalmente apta para el tipo de batalla impuesta por los cátaros. El 8 de enero de 1221 se define la nueva orden de los hermanos predicadores como mesnada a llevar ese combate y Gregorio IX la destina a llenar los cuadros del tribunal de la Santa Inquisición. Da al maestre general de la orden, Jordán de Sajonia, el derecho de predicar y confesar, y hace extensivo el privilegio a todos los monjes dominicos. Seguidores de Santo Domingo y de San Francisco se convierten en los mejores auxiliares para la represión de la herejía.La Constitución de 1232 revela este hecho y por primera vez aparece el nombre de inquisidores en un texto algo impreciso en cuanto al alcance del término: “...quicumque haeretici reperti fuerint in civitatibus, oppidis, seu locis aliis imperit per inquisitores ab Apostolica Sede datos et alios orthodoxae fidei zelatores”.La tarea principal de estos inquisidores era la predicación, y, mediante ella, advertir a los fieles contra los peligros de la herejía y a los herejes mismos para que volvieran por los fueros de la verdadera fe.Pero la predicación exige una seria información sobre la doctrina combatida y los frailes encargados de realizar la primera tarea se encuentran al mismo tiempo, en la necesidad de investigar con minuciosidad todo lo referente a las falsas doctrinas combatidas. La información sobre el carácter de una doctrina impone otra exigencia: denunciar a los sacerdotes o seglares que enseñan o predican en forma contraria a la fe tradicional.El esfuerzo de los inquisidores se manifiesta primero en Alta Italia, Alemania y Francia y de modo particular en las regiones infestadas por la herejía. Maisonneuve constata que a pesar de la buena voluntad y la energía desplegada por los representantes de la Iglesia, tropiezan en todas partes con la indiferencia, cuando no con la complicidad de las autoridades en relación con los herejes. Los miembros de la Inquisición atribuyen a los obispos tibieza en el manejo de sus asuntos espirituales y veladamente a veces, más claramente otras, decidida complicidad con la herejía.Este clima de sospecha, de delación o infidencia, no animaba relaciones amistosas ni procedimientos ecuánimes. El pueblo fiel también intervenía con sus pasiones y solía llevar los acontecimientos a conclusiones de extrema violencia. Los prejuicios frente al excomulgado; el horror al satanismo, el hechizo y la brujería vinculados a la herejía y a las opiniones contrarias a la ortodoxia, hacían el resto.Los inquisidores llegaban a un sitio por primera vez y levantaban su tribuna en las iglesias del lugar para predicar contra la herejía; al mismo tiempo prometían a los herejes un período de gracia. En ese lapso podían confesar sus pecados y recibir una penitencia adecuada a la gravedad de los mismos. La pena impuesta tenía en cuenta la responsabilidad social y eclesiástica del inculpado.Pasado el período de tregua los miembros del tribunal investigador se informaban sobre los herejes locales y abrían contra ellos el proceso de acusación de herejía.Las delaciones eran presentadas anónimamente a los acusados para que levantaran cargos; si éstos tenían enemigos, el inquisidor tocaba sus nombres y veía si coincidían con el de los delatores. Si era así la acusación quedaba anulada y terminaba el proceso. Pero en caso contrario el inquisidor continuaba investigando las opiniones del cuestionado, con la obligación moral de llegar a una conclusión bien fundada.A esta altura el proceso entraba en su fase más tétrica, pues la única manera de llegar a una conclusión determinante era por la confesión. Largas discusiones teológicas, esfuerzos para llevar al reo a una admisión involuntaria, ponían a dura prueba la paciencia del interrogador y su buena voluntad. La encuesta se prolongaba hasta el cansancio.Cuando el inquisidor no podía llegar a una conclusión cabal, pedía ayuda a hombres peritos en leyes canónicas y en general de buena reputación y segura ortodoxia para constituir una especie de jurado. La tortura era aplicada en casos dudosos, pero no era habitual ni aconsejada.El memorial siniestro de los impugnadores de la inquisición es rico en descripciones espeluznantes. Edgard Allan Poe puso su imaginación en un cuento de terror definitivamente atribuido al genio siniestro de los inquisidores. La realidad parece haber sido algo más parca y las torturas mucho más simples. Por lo menos las referencias a torturas son raras en las crónicas inquisitoriales y, de no haber adivinado el futuro, la abstención no puede explicarse por temor a la opinión pública. En primer lugar porque no había publicidad, en segundo lugar la opinión pública interesada en el asunto era generalmente partidaria de los métodos violentos, y en tercer lugar todavía no se había inventado la filantropía laicista y no se sospechaba su futura aparición. Por todas estas razones podía ser perfectamente francos sin desmedro para el prestigio de la institución.La Inquisición como tribunal regular de la Iglesia fue constituida legalmente en el Concilio de Tolosa realizado en 1229 a pedido de Romano de Saint Angelo. Se redactaron cuarenta y cinco cánones para formalizar la búsqueda de los herejes, la institución del proceso y el castigo. Esta primera forma legal de la Inquisición quedó en manos de los obispos. Con posterioridad Roma centralizó la institución para hacerla más eficaz y determinó con rigor los modos de su funcionamiento.El paso de la jurisdicción episcopal a la romana ha sido interpretado de diversas maneras y desde diferentes puntos de mira. Para unos predominó un criterio de eficacia punitiva. Fernand Niel lo dice con todas las letras: los inquisidores “dependían directamente de Roma y sus sentencias no podían ser anuladas ni modificadas sino por el papa. Este poder absoluto, acordado a hombres de un fanatismo estrecho, hará más por la extirpación de la herejía en Occidente que las cruzadas mortíferas y costosas” [Nota al pie: Fernand Niel, op. cit., pág. 110].La opinión de Hoffman Nickerson difiere un poco. A la necesidad de mano fuerte añade el deseo de orden y regularidad en los procedimientos. Este anhelo nace impelido por el auge del derecho romano y viene impuesto por exigencias de una mayor justicia.“Para hacer justicia a los acusados de herejía y la comunidad cristiana en su conjunto – que nuestros antecesores apreciaban mucho más- la grave tarea de juzgar tales casos merecía ser encomendada a personas muy bien calificadas. Allí estaban los dominicos y luego los franciscanos, instruidos en teología, independientes de los prejuicios locales, poco dispuestos a atemorizarse ante las influencias regionales, hombres que habían abandonado todo para servir a la Iglesia” [Nota al pie: Op. cit., pág. 351.].Ambos coinciden en razón de mayor eficacia y difieren en la apreciación del carácter de los inquisidores y en la valoración de sus motivos. El resultado fue la extirpación de la herejía. No estoy de acuerdo en atribuir a los inquisidores el extraordinario fruto de la victoria. Simón de Monfort contribuyó también al triunfo final y con bastante brío. El mismo Fernand Niel considera la toma de la plaza fuerte de Montsegur como un episodio decisivo para la liquidación de los cátaros en el sur de Francia.Si nos atenemos a las ideas expresamente formuladas en los concilios, el cambio de mano en la conducción de las investigaciones llevadas contra los herejes tenía un doble propósito, perfectamente señalado por Hoffman Nickerson: hacer más eficaces los trámites procesales poniéndolos en manos de gente proba y evitar las persecuciones suscitadas por pasiones enemistosas, siendo éstos ajenos a los intereses de una determinada localidad. Los textos de los concilios de Narbonne y Béziers son en este sentido bien explícitos.“Esforzaos en convertir a los herejes, mostraos mansos y humildes frente a los que han dado pruebas de buenas intenciones: vuestra misión recibirá una consagración magnífica. A aquellos que rehúsen convertirse, no os apresureis en condenarlos, insistid frecuentemente, en persona o por medio de otros, para excitarlos a la conversión. No los libreis al poder secular sin haber agotado todos vuestros recursos y hacedlo con gran pesar” [Nota al pie: Narbona, c. 5.].La Inquisición ha sido definitivamente juzgada por el pensamiento moderno y el juicio es desfavorable. Intentar una justificación apologética parece fuera de lugar, ante todo porque la Inquisición sólo puede entenderse en una atmósfera de intereses sobrenaturales y bajo la vigorosa presión de creencias casi desaparecidas. Quien no admite la misión redentora de la Iglesia y su lucha espiritual contra Satanás y sus pedisecuos no puede hacerse una idea, ni aproximada, del clima moral en que creció esta institución.No trato de explicar la crueldad medieval recurriendo a la crueldad contemporánea, sería demasiado demagógico. Los campos de concentración, los genocidios y las torturas hechas con los métodos más avanzados de las ciencias no justifican crueldades hechas de un modo más rudimentario, pero tampoco las hacen tan extrañas a nuestros propios procedimientos.Para ser fieles al gusto moderno, por las cifras podríamos recurrir a las estadísticas y considerar que, aparte de los muertos en guerra, los albigenses condenados a la última pena por el tribunal de la Santa Inquisición fueron relativamente escasos si se tiene en cuenta los años que duró la cruzada y los muchos hombres y mujeres complicados en las corrientes maniqueas.Pero dejemos para otros las exégesis numéricas y limitémonos a explicar la Inquisición como un recurso para salvar el bien público de la Iglesia o si se prefiere el buen orden de la sociedad civil cuya estructura eticojurídica era de carácter estrictamente religioso. La idea de bien público no es extraña a ninguna mente y siempre ha justificado toda clase de represiones tanto de signo conservador como revolucionario.Publicado por El Buen Combate

1 comentario:

Alipio de Cartago dijo...

Vamos amigo! Siga escribiendo! Un Blog asi no puede caer, ni siquiera dormirse!
Saludos